“Bienvenido a la política nacional”. Esta declaración de un diputado del PP podría haber sido el eslogan que colgase tras el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, cuando el pasado martes salió a dar una rueda de prensa como candidato único a la presidencia del PP. Los que le llevan años tratando pronto reconocieron que pese a estar ante uno de los días más importantes de su carrera política, el gallego “estaba incómodo”. Alfonso Fernández Mañueco había sellado el primer gobierno PP-Vox de la historia en Castilla y León y a Génova llegaban las réplicas del seísmo. Era inútil levantar una barrera. “En Madrid no es como en Galicia donde tienes los resortes del poder controlado”, explica un veterano que aventura que a Feijóo “le va a costar” adaptarse. Prueba de ello es que en apenas 24 horas el futuro líder del PP pasó del “no había más remedio” al “a veces es mejor perder el Gobierno que pactar con los populismos”. Los bandazos están a la orden del día en política, pero hasta ahora no son propios del biotopo Feijóo.
El partido está todavía haciendo la digestión de la mayor crisis que ha vivido en los últimos años y le va a costar metabolizar a Vox como socio. Hay coincidencia en que Feijóo es el mejor para atemperar los ánimos ante las críticas de legitimar a la ultraderecha porque “nadie le puede etiquetar de extremista”. En su estrategia está ensanchar el PP por el centro y marcar diferencias con el partido de Santiago Abascal en un camino de ofrecer al PSOE grandes pactos de Estado entre los que estaría permitir gobernar a la lista más votada para acabar con la dependencia de partidos extremistas a derecha e izquierda. Como teoría es impecable. En la práctica, presidentes autonómicos y alcaldes ponen en evidencia lo tozudo de los números para pactar. Si hoy se aplicase lo que la futura dirección defiende, el PP no gobernaría en plazas tan importantes como la Junta de Andalucía o el Ayuntamiento de…